jueves, 9 de diciembre de 2010

¿El lenguaje, herramienta de libertad?


Durante muchos años, el ser humano ha aprendido a comunicarse a través del lenguaje, una forma de expresión que erróneamente hemos autodefinido como la más correcta, compleja y perfecta manera de comunicación. Mejor aún, ésta está considerada una herramienta de libertad para el ser humano. Pero, ¿de verdad es así? ¿De verdad el ser humano, a través del lenguaje, ha adquirido la forma de comunicación perfecta? ¿O es una manera más de demostrar la arrogancia y la “seguridad de superioridad”, ante los demás animales, del ser humano? Yo me decanto más por la segunda opción, y es algo fácil de demostrar: únicamente hace falta recurrir a una palabra que es muy usada en otros campos que no son precisamente  lingüísticos: esa palabra es “Energía”.
Existe un lenguaje que todos los animales "hablan" sin tan siquiera saberlo, incluyendo al animal humano.  Todos los animales nacemos sabiendo este "lenguaje" de forma instintiva. Aunque creamos que ya no sabemos hablarlo, en realidad lo estamos haciendo continuamente. Otras especias animales pueden entendernos, aunque nosotros no tenemos ni idea de cómo entenderles a ellos. Este lenguaje universal se llama “Energía” y es común a todas las especies. A diferencia de nosotros, a los animales no les hace falta preguntar a los demás cómo se sienten. La energía que proyectan les da toda la información que necesitan. Y ahí está la esencia del tema: ¿Por qué nosotros hemos tenido que inventar un sistema no inferior a este, sino pésimo, ya que ha derivado en distanciaciones entre culturas y, más importante aún, en dificultades de entendimiento entre miembros de la misma especie (porque, seamos sinceros, si un español sin conocimientos de inglés se va a Londres no tiene ninguna oportunidad más que adaptarse, lo cual llevaría un valioso tiempo)? ¿Por qué esta estúpida situación? ¿De verdad es tan necesario este sistema de comunicación? Pongamos uno de los ejemplos más simples:
La energía es un lenguaje de emociones. No hace falta decirle a un animal cómo nos sentimos, él lo sabe, incluso antes de que nos demos cuenta. Puedes gritar a tu perro hasta quedarte afónico para que obedezca una orden, pero si no eres capaz de enviarle la energía apropiada, no obtendrás ningún resultado. Es más, dado que los perros perciben los gritos como un estado de excitación emocional y por lo tanto de inestabilidad, dejará de confiar en ti. Un líder inestable no es un buen líder.
Este ejemplo nos muestra el increíble poder de este lenguaje “de energía” frente al “impecable y perfecto”. Éste último, claramente, no tiene nada que hacer contra un lenguaje “universal” como el de la energía, el cual no sólo sirve para comunicar ideas, sino los mismos estados de ánimo.
El lenguaje humano está considerado una “herramienta de libertad”. Analicemos esta afirmación: es cierto que se puede expresar “libremente” la opinión en un país “libre” como el nuestro, pero… ¿acaso no se puede engañar con él? Nos enseñan a ser honestos siempre, pero… ¿acaso no mentimos para encubrir nuestros verdaderos sentimientos? ¿Acaso no nos mienten constantemente en instituciones como los propios medios de comunicación, algunos de ellos corrompidos de tal manera que solo muestran lo que los “grandes peces” quieren que se vea? ¿Es eso LIBERTAD de expresión? ¿Acaso no hay países en los que está prohibido exhibir una opinión (tan válida como cualquier otra según nuestra ética actual) si contradice o se opone al punto de vista del pueblo o incluso de los gobernantes? ¿De verdad es eso libertad?
Yo no lo creo. Creo que esta afirmación es falsa como el agua pura de nuestros ríos. Pero, en cambio, el lenguaje de la energía no admite la mentira. Mediante la transmisión de energía no se puede engañar, no se pueden ocultar los sentimientos ante algo, no se puede ocultar nada. Eso es libertad de expresión. Es entonces cuando podemos hablar de verdadera libertad. Pero esto, entre muchas otras cosas, el ser humano no las podrá ver debido a su arrogancia.

lunes, 6 de diciembre de 2010

¿Qué es la vida?

¿Qué es la vida? La vida es simple y compleja, fugaz y eterna a la vez. La vida no es algo que se pueda tomar a la ligera, pero a la vez se acaba con ella con suma facilidad. Todos nacemos para vivirla, pero pocos logran hacerlo como quieren, sino como se les impone. Como se les imponen unas normas que los limitan hasta la saciedad, obligándoles a repetir lo mismo una y otra, y otra vez, hasta el día en que todo acaba. Ocurre lo mismo tanto con todos esos desgraciados llamados clase media,  como con los más ‘’afortunados’’ y también con los que menos, pero no nos engañemos: nos ocurre a nosotros, a los humanos. Somos nosotros quienes vivimos como nos autoimponen, somos nosotros quienes nos consideramos los dueños de todo,  somos nosotros quienes damos por sentado que todo lo que hacemos está bien cuando nada, absolutamente nada, lo es. Dicho este puñado de palabras a las que nadie hará caso, paso a explicar mi relato.

Era una plácida mañana, con un sol radiante en el horizonte, con todo el cielo despejado y un cántico de pájaros de fondo. Me desperté de mi camita con mi madre llamándome para tomar mi desayuno. Acompañado de mis hermanos y hermanas, fuimos corriendo hacia nuestra madre para tomar nuestro alimento favorito: leche. ‘’Sabe muy bien’’, eso era lo que pensaban todos. Hacía ya 10 semanas desde que llegamos a nuestra nueva casa, y éramos muy felices. Pero todo cambió muy deprisa. Una mañana, me desperté en medio de los grititos de mis hermanos y los de mi madre intentando escapar de sus captores, quienes intentaban clavarles agujas con un extraño líquido en ellas, pero eran demasiado lentos como para escapar. Yo intenté levantarme y huir, pero antes de que pudiera ponerme de pie todo se volvió oscuro. Lo siguiente que recuerdo fue levantarme en una especie de sala blanca, con todas las paredes llenas de carteles y papeles publicitarios que no llegaba a entender. Me encontré encerrado en una especie de pared invisible, la cual no me dejaba salir. Asustado, empecé a llorar para que mis hermanos y mi madre vinieran a rescatarme, pero no obtuve respuesta. Más asustado aún, fui a un rincón de mi ‘’celda’’ y continué con mis llantos.

Los días fueron pasando y yo me encontraba cada vez más solo. Siempre estuve en mi rincón esperando la llegada de alguien, alguien conocido, pero nadie llegaba. A veces mi celda se abría, y yo  giraba mi cabeza con la esperanza de ver a mi madre, pero sólo se trataba de mi captor, quien venía a traerme agua y comida. Pero yo no quería comer.
Pasaban las semanas, y parecía que me quedaría allí para siempre, pero algo pasó: de repente, un día la celda se abrió, me cogieron y me llevaron al exterior. Allí me encontré con unas personas, dos más grandes que las otras dos. No parecían malas, así que me acerqué un poco. Una de las personitas vino hacia mí y me abrazó súbitamente. Fue una sensación extraordinaria, hacía mucho tiempo que no sentía algo así. Entonces me subieron a su coche y me alejaron de aquel monstruoso lugar. Me habían salvado, y yo les estaría eternamente agradecido.

Los siguientes meses fueron los más felices de mi vida: las dos personas mayores me acogieron como a un hijo más en la familia, y yo jugaba con los demás niños a toda clase de cosas. Me encantaba estar con ellos, aunque a veces me invadía la pregunta de cómo estarían mis hermanos, mis hermanas y mi madre. Esperaba que no les hubiera pasado nada malo.

Conforme pasaba el tiempo yo me iba haciendo mayor, hasta el punto en que era casi de la altura de los niños, de lo cual me enorgullecía. Todo iba genial, hasta aquél día.

Era el día de mi cumpleaños. Había pasado casi un año entero con mi nueva familia, y estaba de lo más contento y excitado. Mi familia me hizo una pequeña fiesta, con pastel incluido, aunque el sabor no me acababa de gustar. Los niños me regalaron una pelota, así que salimos al jardín a jugar. Ellos se pasaban la pelota mientras yo intentaba arrebatársela, y nos lo pasamos muy bien. No obstante, en un momento de descuido, al intentar arrebatarle la pelota a uno de los niños, le mordí el brazo. El niño empezó a llorar insistentemente, y yo me dispuse a curarle la pequeña herida que le había causado. Pero él no quiso acercarse a mí, salió corriendo a decírselo a papá y a mamá. Yo fui detrás de él, pidiendo mil disculpas por el camino, pero no pareció servir de nada. Todo el mundo me miraba mal, aunque yo no lo había hecho con ninguna intención, pero no parecían entender mis disculpas.

A partir de entonces todo empezó a salir mal: me dejaron sin salir, los niños no querían jugar conmigo y papá y mamá discutían constantemente, aunque yo no podía entenderlos del todo bien. Un día, sin embargo, papá se decidió a dejarme salir. Se despidió de la familia, me llevó hasta el coche y arrancó. Hacía mucho tiempo que no iba en coche; estaba muy contento: podía sentir el aire fresco a través de la ventanilla y por fin iba a salir con mi padre. Cuando parecía que íbamos a bajar, miré de nuevo por la ventanilla: el paisaje que veía ante mis ojos nunca antes lo había visto. Era una especie de carretera solitaria, sin casas alrededor. Papá bajó del coche y abrió la puerta de atrás. Contento como unas pascuas, salí del coche de un salto y me dispuse a oler el aire que me envolvía. Era fresco y puro, me encantaba. De repente, un rugido de motor despertó mi atención. Me quedé extrañado cuando vi que el coche de papá, con él dentro, se alejaba a toda velocidad por la carretera.

-¡Espera!-grité con lágrimas en los ojos mientras corría tras el coche. – ¡Te has olvidado de mí!
Corría y corría con todas mis fuerzas, pero el coche se alejaba cada vez más. Estaba solo. Solo otra vez. No podía creerlo. Otra vez. Solo. ¿Por qué?

Intenté seguir el rastro del coche durante largas horas, pero las lluvias que llegaron después me impidieron acabar de seguirlo. Llorando, seguí la carretera hasta un pequeño pueblo. ‘’Tal vez allí pudiera conseguir ayuda’’ pensé. Pero no fue así. Parece que a la gente no le gusta alguien sucio como yo. Todo el que me veía me miraba con cara de pena, pero no hacía nada por ayudarme. Ya por la noche, me dispuse a protegerme de la lluvia poniéndome a dormir debajo de un árbol. El árbol se encontraba cruzando la calle, así que empecé a cruzar. No se veía nada a causa de la lluvia, pero logré cruzar una gran parte de la carretera. Cuando legaba al final, un coche pasó a toda velocidad por mi lado, aplastando una de mis extremidades inferiores. Mi grito de dolor y horror se confundió entre el sonido de la torrencial lluvia, convirtiéndolo en silencio. El dolor era muy intenso, ni siquiera podía caminar, así que me arrastré hasta el árbol y me dispuse a dormir, pero no pude. Por la mañana la lluvia amainó, pero no podía moverme, no quería moverme, el dolor era demasiado fuerte. Durante el día, más gente pasó a mi alrededor, ignorándome o poniendo caras de pena y dejándome a mi suerte. Parece que para algunas personas incluso mi aspecto pareció agradarles y hacerles gracia, pues un puñado de niños empezaron a reírse de mi e incluso alguno de ellos a tirarme piedras. Por desgracia, una de ellas dio de lleno en mi ojo izquierdo.

Y aquí me veis, moribundo y ya pronto muerto, con ganas de acabar con todo de una vez por todas. Aún veía alguna piedra en la lejanía con mi ojo derecho, cuando oí una voz gritando y los pasos de los niños alejándose. De pronto, una mano apareció a mi lado y me zarandeó un poco.

Con mi ojo bueno intenté mirar a quién pertenecía la mano, y vi a una mujer, una mujer de cierta edad con los ojos llorosos. La mujer me cogió en brazos y todo se volvió oscuro de nuevo…

Me volví a despertar en una sala blanca, llena de folios publicitarios y otro tipo de cosas que no recuerdo. Allí estaban la señora que me había ayudado y un hombre, también con cara triste, hablando con ella. El hombre sacó lo que parecía una jeringuilla mientras hablaba con ella. La mujer arrancó a llorar.

-No llore por mí, señora. Ha hecho más que cualquier otra persona por ayudarme-intenté decir, pero sin mucho éxito.  Intenté expresar mi agradecimiento con los ojos mientras se cerraban, y parece que me entendió…




 Después de esta lectura espero que hayáis captado alguno de los mensajes que vienen insertados en esta humilde redacción, cuyo corrector no supo entender y calificó con una nota baja, para qué decir más. Y con esto me despido, amigos lectores (si es que hay más de uno), buenos días.